Cuando el plan estaba saliendo sobre ruedas, uno de los atracadores comete un error grande. Un descuido provoca que la policía vea su cara. Los rehenes, por orden de Berlín, empiezan a cavar un túnel y descubren explosivos suficientes como para derrumbar el edificio. Arturo Román, el jefe de la Fábrica de la Moneda, comprende que van a morir, que nunca saldrán de allí habiéndole visto la cara a los secuestradores.